Meiji Jingu – Mi constante en la eternidad

Hoy cumplo 16 años en Japón.

¿Has sentido alguna vez vértigo de la vida?
Miras al pasado y al futuro y sientes el corazón encogerse, no sabes a dónde agarrarte para no caer en un abismo de angustia existencial.

Una o dos décadas han pasado volando y te das cuenta de que las siguientes también se esfumarán y todo lo que quedarán serán recuerdos similares a la reminiscencia efímera del resplandor de una vela que se acaba de apagar.

Me imaginé estrellas de colores flotando en el cielo,
cayendo hasta terminar adornando el jardín interior del santuario,
dando pinceladas de violeta, púrpura y blanco a los verdes del paisaje.

No eran estrellas, eran flores de iris.

Corría una brisa ligera, llevándose con ella algunos pétalos.

Crucé el campo de iris hacia la fuente de Kiyomasa y comencé a sentir mono no aware (物の哀れ), una punzada de melancolía, el tiempo vuela tanto para las flores como para el resto de nosotros.

La flor de iris japónica (originaria de Japón y china) es bella pero frágil y efímera, evoca ichigo ichie y son muchos los/as poetas japoneses que se han inspirado en ella.

«Temblando,
en medio del césped,
las iris florecen.»
– Kobayashi Issa

Este jardín de iris era uno de los lugares favoritos del Emperador Meiji y la Emperatriz Shoken para pasear a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Tras la muerte del Emperador Meiji en 1912, el gobierno japonés decidió erigir un santuario en su honor llamado Meiji Jingu 明治神宮. El plan fue rodear el jardín de iris con el recinto del nuevo santuario. Se terminó de contruir en el noviembre del 1920. Escribo esto en verano del 2020. Meiji Jingu, con las flores de iris en el centro, cumplirá los cien años dentro de poco.

Me pregunto qué sentían el Emperador y la Emperatriz cuando paseaban por el mismo paisaje, contemplando los violetas intensos, casi de amatista de las iris.

Fuente de Kiyomasa. El agua surge desde abajo, de entre las piedras rodeadas por el cilindro.

Después de lavarme las manos en el agua de la fuente de Kiyomasa, la cual dicen muchos que es un «power spot» (パワースポット: localización con poderes de curación) conectado por líneas invisibles de energía al Monte Fuji, salí del jardín de iris. Luego crucé una puerta torii y el portal Minami-Shinmon para entrar en el recinto principal de Meiji Jingu y dar una vuelta por su interior antes de volver a casa.

Han pasado unos meses desde mi paseo entre las estrellas caídas, que ahora y ya no están, hay que esperar a que llegue el final de la próxima primavera para ver las iris otra vez.

Hoy vuelvo al santuario. No hay nadie, solo los cuervos y yo. Enseguida entro en un estado reflexivo y quasi-meditativo.

Cruzo las puertas torii y paro un instante a contemplar la nobleza de la madera de sus vigas. La textura y color es similar a la de los troncos de los árboles vivos que me rodean. El bosque es denso y frondoso, cada árbol parece querer imponer su elegancia única y el musgo oscuro cubre la cara norte de cada tronco.

Me lavo las manos en el temizuya especial que han preparado para tiempos de covid-19 y me paro a leer un letrero que explica que se están preparando para las celebraciones del centésimo aniversario. Pero resulta que el santuario en el que estoy ahora ya no es el que se construyó para conmemorar la muerte del Emperador Meiji, el original fue completamente reducido a cenizas por bombarderos B-29 estadounidenses en 1945. La iteración actual fue una reconstrucción que terminó en 1958 siguiendo el mismo estilo arquitectónico original nagare-zukuri 流造 y usando los mismos materiales: ciprés japonés y cobre para techos y adornos.

Si fue destruido en la guerra,
¿qué es pues lo que cumple 100 años?

La foto de la izquierda fue tomada el día de la inauguración en noviembre de 1920, la otra fue tomada en diciembre del 2019 (Última celebración de hatsumode antes de covid-19. Y la «meta-foto» que veis aquí la he sacado hoy cuando se despejó el cielo.

Para mí el santuario de Meiji Jingu cumple hoy 16 años.

Aterricé en Japón el 31 de agosto del 2004 y al día siguiente, di mi primer paseo por Meiji Jingu. Lo disfruté mucho. Capturé multitud de fotos, todas ellas con mentalidad de turista, posando delante de las puertas torii sonriendo y sacando pecho tal que si fuera algo único que solo iba a tener la oportunidad de visitar una vez en la vida.

¡Qué equivocado estaba!

Ironías de la vida, el destino quiso que por unas razones u otras, las oficinas donde trabajé en Tokio y los lugares donde residí estuvieron siempre en barrios cercanos a Meiji Jingu. El factor cercanía combinado con mi afición a pasear me ha llevado a explorar este santuario sintoísta centenares de veces. Es mi sitio favorito para reconectar con la naturaleza.

Poco a poco Meiji Jingu se convirtió en una constante que añade estabilidad y ayuda a centrar mi vida en esos momentos en los que siento atisbos de vértigo existencial. Mis paseos por Meiji Jingu son ahora mi tradición o ritual personal, al igual que lo fueron los paseos de las cinco de la tarde de Immanuel Kant por Königsberg.

¿Qué habría pensado mi «yo de 23 años» el 1 de septiembre del 2004 si hubiera podido ver mi «yo de 39 años» de hoy (1 de septiembre del 2020) a través de una máquina del tiempo paseando por el mimo lugar?

Conozco muchas caras de Meiji Jingu, una de mis favoritas es verlo vestido de blanco en inverno a las 6~7 de la mañana.

En el capítulo The Constant (La constante) de la serie Lost (Perdidos), la consciencia de Desmond salta temporalmente alternando entre el 1996 y el 2004. ¿Cómo puede estabilizar estos saltos en el tiempo que lo están volviendo loco? Desmond debe encontrar su constante. En su caso termina definiendo su constante en el amor de Penny. Una vez consigue contactar con ella, con su constante, el «túnel temporal» desaparece y la mente de Desmond deja de saltar en el tiempo.

Gracias a don.robot por la camiseta de Desmond.

Me es difícil elegir una sola constante, tal y hizo Desmond en Lost. Pero si mi vida fuera una ecuación, Meiji Jingu sería una constante con mucho peso. Este lugar es un ingrediente que por alguna razón misteriosa siempre ha estado conmigo desde el primer día que llegué a Japón.

Afortunadamente, yo no sufro de problemas de saltos temporales como le sucede a Desmond, pero cuando noto que me siento abrumado por preocupaciones, necesito espacio para reflexionar o siento inquietud en general; tiendo a terminar cruzando las puertas torii dejándome abrazar por la naturaleza que lo rodea. Pasear por Meiji Jingu es mi terapia, es una constante importante que me calma y me ayuda a integrar mis pensamientos.

¿Cuál es la constante de Meiji Jingu? ¿Cuál es la esencia de este lugar que no cambia aunque sea reconstruido?

Vicente Blasco Ibáñez dio la vuelta al mundo hace cien años en un crucero. En el año 1923 su barco atracó en Yokohama, y pasó unas semanas visitando Japón.

Blasco Ibáñez escribió (La negrita es mía):

«Seguimos una avenida solitaria, en la que trabajan algunos barrenderos vestidos de quimono. Todos mueven a un tiempo, con militar precisión, sus escobas de ramaje, amontonando las hojas secas. El sol está muy alto, y únicamente a esta hora casi meridiana consigue pasar como una lluvia finísima entre el follaje de los cedros japoneses.»

En mi paseo de hoy por Meiji Jingu, mi ojo busca fotografías para ilustrar las palabras de Blasco Ibáñez. Estas dos fotos que acabo de capturar podrían servir de ilustraciones acompañando las palabras de Ibáñez si no fuera porque el barrendero lleva vestimentas modernas y ambos cubren sus caras con mascarillas.

Un hilo conductor invisible parece conectar el Japón del pasado, por el que pasearon el Emperador y Emperatriz Meiji, el que visitó algo más tarde Ibáñez y el del presente en el que estoy yo ahora.

El bosque que rodea a Meiji Jingu va renaciendo, algunos de los árboles son centenarios, otros fueron plantados los últimos meses. Al igual que los árboles del bosque que lo rodean, el santuario también renació siendo reconstruido en 1958. El tejado, que estaba en malas condiciones, fue renovado hace poco. Todas las tejas de cobre fueron reemplazadas.

Va renovándose en ciclos gráciles sin importar que sea algo natural (El bosque y las flores) o lo artificial (Los edificios del santuario). Pero no son renovaciones abruptas, son sutiles, cuidando que la esencia se mantenga. Este efecto de «renovación manteniendo la esencia» es algo que el buen observador notará en prácticamente cualquier lugar de Japón (Excepto en ciertos puntos de Tokyo donde la modernidad está barriendo toda esencia del pasado).

El método de construcción, el mapa del recinto, la estructura y aspecto de los edificios, son iguales ahora que hace cien años. También las tradiciones y festivales que se celebran en él cumplen cien o incluso más años, ya han sido practicadas dentro de la tradición sintoísta desde hace miles de años, mucho antes de que Meiji Jingu se inaugurara.

La esencia de Meiji Jingu permanecerá, se renueva como un ave fénix, los que vamos cambiando somos nosotros, las generaciones de seres humanos que vamos visitando su recinto.

Meiji Jingu en el 1925, trece años después de la muerte del Emperador Meiji y dos años después de que Blasco Ibáñez visitara Japón.

Meiji Jingu en el 2008 fotografiado durante uno de mis paseos.

«Las vidas de los mortales son como las generaciones de hojas. Ahora el viento dispersa las hojas viejas por la tierra, ahora la madera viva deja paso a nuevos brotes y la primavera volverá a llegar. Lo mismo pasa con nosotros los seres humanos: una generación nace, y otra muere.»
– Homero en la Ilíada.

«La brisa te abraza a tí y a las hojas,
ahora vuelan con gentileza,
luego acariciarán las aguas del Tamagawa.»
– Este es un intento mio de escribir un poema cuando vivía cerca del Tamagawa.

El arte y las tradiciones son herramientas de las que disponemos los seres humanos, además de para retener sabiduría intergeneracional, también nos sirven para establecer constantes con las que desafiar el paso del tiempo ayudarnos a abrir brechas en el textura del espacio-tiempo donde podamos vislumbrar destellos evanescentes en la eternidad.

Un santuario, un templo, una catedral, una sinagoga, una mezquita, son todas ellas obras de arte que contienen tradición y sabiduría humana.

En occidente tendemos a construir edificios y obras de artes imponentes y resistentes al paso del tiempo. En cambio, en Japón quizás tengan más peso las tradiciones y las formas de hacer algo (Son más importantes los métodos de construcción que el edificio en sí), porque terremotos y desastres naturales tienden a destruirlo todo cada cierto tiempo.

Si bien los «ingredientes» de Meiji Jingu no son exactamente los mismos ahora que cuando se inauguró, las tradiciones y las «formas» que constituyen su «receta» original siguen siendo las mismas.

Una brisa ligera abanica las ramas de los árboles, dos cuervos me observan conforme salgo del santuario. Vuelvo a casa con las dos fotos en blanco y negro que he compartido más arriba, son mi intento artístico personal de crear grietas en el espacio-tiempo que me conecten con lo que sintieron el Emperador Meiji y Vicente Blasco Ibáñez al pasear por el mismo lugar.

Los paseos por Meiji Jingu son espejos de mi alma. Son una referencia que me sirve para reflexionar y comparar mis «yos» del pasado con el del presente.

¿Cuál es el espejo de tu alma?

La esencia de Meiji Jingu se mantiene aunque cambien los techos de cobre o las columnas de madera. La esencia de mi ser tampoco cambia, o eso quiero creer … ¿qué es lo que no ha cambiado del Héctor que caminaba por Meiji Jingu en 2004 y la versión actual de Héctor del 2020?

¿Cuál es tu constante o cuales son tus constantes en la vida?

¿Qué actividades, personas, lugares, valores, te ayudan a integrar pasado presente y futuro en un hilo conector?

¿Qué te ayuda a tener instantes de conexión con la eternidad?

«Cualquier momento puede ser el último.
Todo es más hermoso porque estamos condenados.
Nunca serás más adorable de lo que eres ahora.
Nunca estaremos aquí otra vez.”
– Homero, la Ilíada

«El eco de lo que hacemos ahora resuena en la eternidad.»
– Marco Aurelio, Meditaciones

«No hay nada que puedas ver
que no sea una flor,
no hay nada en lo que puedas pensar,
que no sea la luna.»
– Matsuo Basho

Templos y santuarios de barrio

Llevo ya seis meses con la oficina en casa, desde que terminó «la primera ola» doy paseos por callejuelas de Tokio para estirar las piernas y refrescar la mente. Cada día juego a cruzar más barrios y llegar un poco más lejos o a descubrir algún lugar especial que no conocía.

He ido encontrándome templos budistas y santuarios sintoístas, que si bien no salen en las guías de viajes, para mí cada uno de ellos tiene cierto encanto único.

Esta primera foto, no es de un santuario desconocido. Es el temizuya 手水舎 (Lugar para purificar-lavarse las manos) que está parado como medida para prevenir la propagación del covid-19. Normalmente hay cazos para llenar del agua que surge de la caña de bambú. Ahora la fuente está parada y han puesto un cartel informativo.

Lo que me pareció curioso es que han creado un temizuya alternativo en el que se evita el tener que estar todos en la misma boca de una fuente y han eliminado los cazos. Este es un vídeo del nuevo temizuya para tiempos de covid-19:

En este otro santuario han puesto un cartel en la entrada avisando de que hay un cuervo con mala leche que ataca. ¡Cuidado con el cuervo!

Este es un santuario diminuto en Aoyama, tan escondido entre varias casas que aunque había pasado muchas veces por delante de él nunca me había percatado de su presencia.

Este es el temizuya del santuario de Aoyama, en este no han eliminado los cazos.

Curioso encontrarse con una cuerda shimenawa de las que se usan para pasar caminando por dentro de ella en la ceremonia de hatsumode tirada en la salida de un santuario, está desgastada y seguramente la van a retirar.


Un koma-inu (estatua de perro koma) con más detalles de lo normal vigila la entrada de este otro santuario en algún lugar de Minatu-ku

Un templo budista al atardecer

Estatuilla en la entrada de un santuario cerca de Akihabara

¡Un tigre!

Jardines Kairakuen en Mito – 偕楽園

Nihon Sanmeien 日本三名園 son los «tres grandes y más famosos jardines de Japón». Hasta ahora solo había visitado el Koraku-en en Okayama y el Kenrokuen en Kanazawa, me faltaba visitar el Kairakuen para completar la trilogía.

Nariaki Tokugawa (1800 – 1860) fue el noveno daimyo de la región de Mito, situada al noreste de Edo (Actual Tokio). Durante su vida mandó construir dos grandes complejos: el Kōdōkan, un centro de estudios de literatura y artes militares (dedicado a educar futuros soldados), y los jardines Kairakuen en honor a la belleza de la naturaleza.

Nariaki Tokugawa era un amante de Confucio y le gustaba aplicar sus enseñanzas siempre que podía. Al principio de sus notas para mandar la construcción tanto del Kodokan como el Kairakuen, Nariaki Tokugawa escribió «es importante tanto la tensión como la relajación» usando las mismas palabras que se encuentran en el Libro de los Ritos de Confucio. Según Confucio además de vivir de forma intensa también debemos relajarnos para llevar una buena vida. Para Nariaki Tokugawa, la construcción del Kōdōkan representaba la tensión, mientras que los jardines Kairakuen fueron dedicados a la relajación.

En uno de los puntos más altos de los jardines construyó un casa de tres plantas llamada Kobuntei que Nariake Tokugawa utilizó para pasar días de descanso y también para montar fiestas con sus amigos. Esta casa está abierta al público y es uno de los lugares con mejores vistas del parque:

Además de las vistas, también se pueden visitar todas las habitaciones de la casa. En la tercera planta se encuentra una sala de fiestas desde la cual en días claros se puede ver el Monte Fuji. Esta era la sala favorita de Nariaki Tokugawa y en ella colgó un pergamino con uno de sus pasajes de Confucio favoritos:

Las personas sabias disfrutan el agua,
Las personas con virtud disfrutan las montañas,
Las personas sabias se mueven,
Las personas con virtud se quedan quietas,
Las personas sabias se quieren a si mismas,
Las personas con virtud celebran la vida de todos los demás.

Esta última foto está tomada en la zona de los ciruelos que parece ser preciosa cuando florecen a mediados de febrero y es el momento en el que más personas visitan estos jardines. Nosotros seguimos nuestro paseo visitando el santuario adjunto Tokiwa Jinja y luego atravesamos un pequeño bosque de bambú hasta llegar a una misteriosa fuente de la que surge agua a través de una gran roca blanca.

Para terminar el día cruzamos al otro lado del río donde los jardines se alargan rodeando un lago que se adentra hasta el centro de la ciudad de Mito. Vimos una zona plantada con amapolas, saludamos a un par de cisnes y también a un perro shiba que según su dueño acababa de cumplir 11 años.

Agua embotellada como donación al santuario

Algo típico en santuarios shintoistas es ver los barriles de sake llamados sakedaru (酒樽) cerca de la entrada. Estos barriles de sake son regalos de bodegas a los santuarios que sirven como símbolo para pedir buena fortuna a los kami.

A veces los ofrecimientos no se limitan al sake, también es típico ver comida e incluso gadgets electrónicos.

En esta ocasión me encontré con una cantidad ingente de botellas de agua expuestas en la entrada del santuario. Embotelladoras de agua de todo Japón donaron a Meiji Jingu montones de botellas de agua:


Y esto ya es sake. A la derecha del todo un barril 酒樽 que contiene 72 litros sake

La serpiente de ocho cabezas – Yamata no Orochi 八岐の大蛇

Últimamente he leído varios libros de Joseph Campbell y me pareció fascinante el análisis que hace de la evolución de mitos en diferentes culturas y épocas y las similaridades entre ellos.

Cuenta la leyenda que Susanoo, el kami de las tormentas, fue exiliado del cielo por haber engañado a su hermana Amaterasu, la diosa del Sol (Similar a varios mitos Griegos). Después de ser expulsado, se encontró con dos deidades terrenales (Similar al concepto de semidiós helénico) que sufrían porque cada año tenían que entregar como sacrificio una de sus ocho hijas a una serpiente gigantesca de ocho cabezas llamada Yamata no Orochi.

Después de siete años solo les quedaba una hija viva. Al ver el sufrimiento de los padres, Susanoo les propuso que si le dejaban casarse con su última hija mataría la serpiente de ocho cabezas con su espada. Aceptaron. Susanoo logró matar a Yamata no Orochi, y después de su victoria, construyó un palacio en Izumo en el que vivió con su mujer y sus suegros. Después de asentarse en palacio Susanoo compuso este poema, considerado como uno de los primeros poemas japoneses:

«Izumo está siempre protegido por nubes,
como en estas tierras
yo tengo que construir una muralla para proteger el palacio
donde mi mujer vivirá
como las nubes de los territorios de Izumo.

Los monstruos policefálicos son una constante que aparece en leyendas y mitos de muchas culturas: Hércules luchando con la Hidra de Lerna de nueve cabezas y Ladón de cien cabezas de de dragón (Mitología Griega), los reyes serpiente Vasuki y Shesha (Mitología hindú), Thor y la Serpiente de Midgard (Mitología Nórdica). Parece ser que todos estos mitos tienen un origen común en religiones protoindoeuropeas.

orochi1
Susanoo, el kami de las tormentas, luchando contra la serpiente de ocho cabezas Yamata no Orochi

orochi3

orochi2

Seguir leyendo: El Nekomata de Kozushima.

Jizō

La mujer de un amigo que estuvo hace poco de viaje por Japón preguntó después de visitar su primer templo: “¿Y los japoneses creen o no creen?”. Le contesté, pero sin darle una respuesta clara: “Aquí no es cuestión de creer o no creer ”. Mi amigo se rio de mi diciéndome que me había japonesizado.

Las religiones, los rituales, los espíritus, los demonios, los budas, los kamis y los dioses se mezclan en una amalgama de tonalidades y tradiciones, y ya no es una cuestión de “creer” o “no creer” en un Dios todopoderoso. Eso es lo de menos.

Jizō (En Japonés), Ksitigarbha (En Sánscrito), es una de las deidades budistas que gozan de mayor popularidad en Japón. Los Jizō protegen a los más débiles y en especial a los niños. Es el salvador de los niños que no nacieron, que abortaron y terminaron atrapados en el limbo. También es el protector de los viajeros.

jizo4

A veces se esconden entre la vegetación cerca de templos y otros te los encuentras ocultos en las sombras de los bosques. También los notarás vigilándote al borde de carreteras y cruces caminos, éstos son del tipo de Jizo que protegen a los viajeros como el que aparece al principio de El viaje de Chihiro .

jizo5

Hay muchos tipos de Jizo, algunos sonríen y otros no. La mayoría esperan pacientes en la entrada de los cementerios y suelen llevar un gorro de ganchillo para no pasar frío y un babero de color rojo para no pasar hambre. Los padres son los que van a cambiar los baberos y gorros de las estatuas Jizo, que representan cada uno a un niño que murió antes de nacer. De esta forma, los padres están pidiendo a Jizo que cuide de su hijo/a que nunca lo fue y que está ahora intentando cruzar el río de Sanzu para escapar del limbo budista (Algo así como el río Estigia de la mitología Griega).

jizo6

jizo7

jizo9

jizo2

jizo3

No podré llegar a ser Buda hasta que vacíe todos los infiernos y salve a todos los seres – Jizo

Más sobre los Jizo en Hasedera